Cecilia Böhl de Faber

Nacida en Morges, Suiza, fue hija del hispanófilo, Juan Nicolás Böhl de Faber, un alemán establecido en Cádiz que dirigía un negocio familiar heredado de su padre, “Böhl Hermanos”, pero que se sentía más apegado a la vida cultural española que a la de empresario alemán. Llegó a escribir algunos libros destacados, “Floresta de rimas antiguas castellanas”, publicado en Hamburgo entre 1821-1825 o “El teatro anterior a Lope de Vega”, Hamburgo 1832.

Su madre fue Francisca Javiera de Larrea, popularmente conocida como doña Frasquita, una gaditana culta, de talante conservador, versada en literatura clásica española que gustaba de celebrar tertulias literarias en su casa, donde actualmente una lápida recuerda este hecho. Dentro de este ambiente intelectual, Cecilia desarrolló una fuerte pasión por la literatura y la escritura.

En 1805 la familia marcha a Alemania, pero doña Frasquita apenas aguanta un año y se vuelve a Cádiz. Cecilia, que adoraba a su padre, permanece con él y cursa sus estudios en el país teutón. La estancia de Juan Nicolás lejos de Cádiz, junto con las guerras napoleónicas, lleva a la quiebra el negocio de la familia. Al finalizar la contienda, en 1814, vuelven a España.

Cecilia Böhl de Faber. Fernán Caballero (1796-1877)

 

Su vida sentimental fue amarga, se casó tres veces y en todas enviudó. Quizás el momento más feliz como mujer y escritora se lo proporcionó su boda con el marqués de Arco Hermoso en 1822, hombre de mucho prestigio en Sevilla y poco inclinado a asuntos culturales pero que le facilitó el acceso a la alta sociedad sevillana. El marqués también disponía de una casa en Dos Hermanas, por entonces villa de realengo, lo que provocó que se despertase el genio creativo de la escritora. Empezó a tomar notas y apuntes procedentes de la tradición oral, que guardará celosamente y que posteriormente utilizará para escribir sus relatos y novelas ambientadas en la idiosincrasia del mundo rural andaluz. Pero hay también mucho del pueblo nazareno en sus creaciones, al que ella le concede el nombre ficticio de Valdepaz, sus casas y calles, la ambientación, el paisaje, la vida solariega, los tipos rurales: criados de fincas, toreros, labradores, sirvientas ingenuas… En definitiva, de los valores del mundo campesino, todo ello, con un carácter ciertamente naturalista no exento de realismo. “La familia de Alvareda”, ya escrita en 1826 es buen ejemplo de ello.

En 1835 fallece el marqués y dos años después se casa con el pintor rondeño, Antonio Arrom de Ayala, con el que conoce las ventajas de la imprenta, gracias a la cual va saliendo a la luz todo ese material que había ido recopilando. En 1849 publica, por entregas, en el diario “El Heraldo”, su novela más prestigiosa, “La Gaviota”, donde combina aspectos costumbristas, románticos y pre-realista. La novela pretende ser una reacción contra los folletines sensacionalistas de la prensa y narra el ascenso y caída de una joven, “Marisalada,” hija de un modesto pescador, a la que llaman “la gaviota” por su prodigiosa voz. Cuando alcanza la fama en los círculos urbanos de Sevilla y Madrid, lo pierde todo como consecuencia del instinto pasional desenfrenado.

Los problemas económicos de su marido le llevan al suicidio en 1859, pero con la amistad de los duques de Montpensier y el apoyo de la reina Isabel II, que le cedió de por vida una casa en el Patio de Banderas de los reales Alcázares consigue salir adelante. Si bien es cierto que con el levantamiento revolucionario de la “La Gloriosa”, en 1868 la perderá, recuperándola con la vuelta de la restauración monárquica.

Muere en Sevilla el 7 de abril de 1877, a los 81 años, siendo sus restos depositados en el Panteón de Sevillano Ilustres el 15 de mayo de 1999 desde el cementerio de san Fernando.

J.V.G.

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