El gusto por las reliquias de la Compañía de Jesús

El culto a las reliquias surge como consecuencia de las persecuciones religiosas y las consiguientes torturas y martirios a los que fueron sometidos los cristianos en la Roma del periodo alto-imperial. Su punto de partida se remonta al gobierno de Nerón, año 64 d.C., siendo especialmente cruenta la Gran Persecución ordenada por el emperador Diocleciano entre los años 303 al 311 d.C.

La Edad Media potenció ese gusto por reverenciar los restos óseos y objetos materiales pertenecientes a aquellos primitivos mártires del cristianismo y otros santos venerables de la iglesia, pues otorgaban autenticidad y garantizaban la pervivencia en la memoria colectiva, de las futuras generaciones, el mensaje cristiano como verdadera y única fé.

La Reforma Protestante del siglo XVI conllevó la reacción contrarreformista de la iglesia católica, teniendo como respuesta la convocatoria del Concilio de Trento (1554-1563). En su sesión XXV, celebrada los días 3-4 de diciembre de 1563, se abordaron los asuntos relacionados a la invocación, veneración y reliquias de los santos y de las sagradas imágenes. El debate se centró en la obligación y necesidad, por orden del santo Concilio, que tenían todos los Obispos y demás personalidades eclesiásticas de instruir a los fieles acerca de la invocación e intercesión a los santos; la veneración y devoción hacia los cuerpos de los santos mártires; el honor que comportan las reliquias y el uso legítimo de las imágenes según la costumbre recibida desde los tiempos primitivos de la religión cristiana, condenando a todo aquel que se opusiera a dichas prácticas. Si bien se mostraba cierta preocupación por el hecho de que se hubiesen producido algunos abusos y desórdenes en el culto y tráfico de reliquias, se instó a poner fin a cualquier tipo de prácticas poco saludables que conllevasen falsos dogmas que atentasen contra la dignidad del cristianismo.

Conocida es la predisposición que la Compañía de Jesús, con san Francisco de Borja como gran promotor, sentía por las reliquias de los santos y mártires cristianos. A tal fin impulsaron la creación de capillas-relicario que favoreciesen su culto y que rápidamente se convirtieron en lugares devocionales. Estas cumplían una doble misión; una de tipo espiritual, honrar la propia reliquia en sí; la otra, como una manifestación artística más relacionada con la calidad ornamental del relicario que debía custodiarla y su ubicación espacial en el templo

El jesuita Pedro de Ribadeneira en su obra sobre la Vida del padre Francisco de Borja de 1593, nos dice de él que: “…era devotísimo de las reliquias y de la imágenes de los santos y procuraba que fuesen guarnecidas y adornadas lo más ricamente que se pudiere, pues el oro, las perlas y las piedras preciosas no se podían emplear mejor en ninguna otra cosa que no fuese en el servicio y el culto del Creador y de sus amigos los santos.  Y que cuando veía o tenía en la mano alguna santa reliquia se enternecía y con un sentimiento entrañable de su corazón decía: “Oh santas prendas, dadas de Dios al mundo para alivio de nuestro destierro, y esperanza de nuestro galardón. Vendrá tiempo que sea fin de los tiempos, y medido con la eternidad, en que os vestiréis (Oh santos huesos) de la hermosura de la gloria: y juntamente con vuestras almas resplandeceréis como el sol, y vuestro trono será sobre las estrellas del firmamento.”

La Universidad de Sevilla conserva una magnífica colección de bustos-relicarios de santos procedentes del patrimonio heredado de los jesuitas. Su emplazamiento era la antigua Capilla de las Reliquias de la iglesia de la Anunciación. En 1844, don Félix González de León refiere que: “En el brazo derecho del crucero, en el mismo ángulo o rincón había una mediana capilla formada debajo de la torre, con altar á proposito con porcion de nichos bien distribuidos donde se conserban la estimable colección de reliquias de infinidad de santos, reservadas en ricos y preciosos relicarios de toda clase de metales.” Dicha capilla estaría ubicada en el ángulo del crucero, debajo de la torre de la iglesia de la Anunciación, lugar que actualmente ocupa la Sacristía. Además, estaría exornada con un retablo, de finales del siglo XVI, compuesto por nichos y diversos espacios donde se colocarían la diversidad de relicarios que servían como contenedores de las diferentes reliquias de los santos. Bajo el periodo innovador de reminiscencia clasicista, llevado a cabo por el canónigo de la Catedral de Sevilla don Manuel López Cepero entre los años 1836-1842, el retablo fue aumentado, restaurado y finalmente trasladado al brazo del transepto del lado del evangelio, desplazando de dicha ubicación al de san Ignacio de Loyola, a fin de que formase simetría (pendant) con el erigido en honor a la Inmaculada Concepción en el otro brazo del crucero.

J.V.G.

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