San Jerónimo en su scriptorium

[vc_row css_animation=»»row_type=»row» use_row_as_full_screen_section=»no» type=»full_width» angled_section=»no» text_align=»left» background_image_as_pattern=»without_pattern»][vc_column][vc_column_text]
Taller de Marinus Claeszoon van Reymerswaele
Óleo sobre tabla
100 x 126 cm
1550
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

 

El auge económico experimentado en los Países Bajos en los siglos XV-XVI como consecuencia del desarrollo de la industria del textil, el fortalecimiento de la banca, los diferentes métodos de intercambio facilitadores de las transacciones mercantiles y la iniciativa privada, conllevó al enriquecimiento de la clase burguesa, que para reforzar su posición social demandaba toda clase de productos que les permitiese vanagloriarse de su fortuna.

No fue ajeno el arte a esta situación, alcanzando un notable crecimiento y notoriedad. Prosperaron un sinfín de artistas, con sus correspondientes talleres, dispuestos a satisfacer las demandas de la acaudalada burguesía. La pintura vivió un increíble periodo de plenitud, en unos momentos donde los planteamientos de la estética del gótico final van a convivir con la progresiva influencia del renacimiento italiano.

Es en este contexto económico, social y artístico donde se gestó la carrera profesional de Marinus van Reymerswaele (Zelanda, h. 1490-h. 1567). Se sabe poco de su vida pero se estima que pudo formarse en Lovaina y Amberes, en el taller de Simón van Daele o de Quinten Massys o Metsys. Con posterioridad se estableció en Goes, donde se tienen noticias de él por última vez en 1546. Realizó obras de temática religiosa, que no son tal, y de carácter civil, destacando sus críticas a la avaricia de la burguesía mercantil flamenca. Ejemplo de ellas son: San Jerónimo en su scriptorium, La vocación de san Mateo, El cambista y su mujer o Los recaudadores de impuestos. Obras que copiaba de manera recurrente, y que en ocasiones podrían estar inspiradas en las del propio Massys, aunque cabe la posibilidad de que algunas de ellas sean atribuidas a éste por error.

El cuadro que nos ocupa representa a san Jerónimo en su scriptorium. El santo aparece meditando ante un crucifijo en un interior sobrecargado, acentuado este, por el uso de la pintura al óleo, que colabora a potenciar el color y realzar los efectos lumínicos de claro-oscuro. El dibujo es preciso, destacando la atención que presta a la descripción minuciosa de los detalles secundarios, otorgando a la obra un enorme valor etnográfico. Espléndido es el uso tan intenso y vibrante que hace del color, con tonalidades verde oliva, bermellón y ocres. San Jerónimo muestra una posición forzada sobre la mesa y una marcada expresividad en el rostro que le concede una sentida espiritualidad.

Resulta curioso el pasaje de las sagradas escrituras que tiene abierto san Jerónimo, el evangelio de Mateo 25,31-46, se trata del Juicio de las Naciones o Juicio Final, donde Jesús viene a decir que la única manera de heredar el Reino de los cielos, que el Padre tiene preparado para los hombres desde el inicio del mundo, son las buenas acciones hacia el prójimo. No es baladí la elección de este episodio si lo comparamos con otras obras de su producción anteriormente señaladas, donde caricaturiza, ridiculizándolos, a los banqueros, cambistas, abogados o recaudadores de impuestos, a los que trata de usureros al dedicarse a actividades miserablemente reprochables. Queda ratificada esta premisa por el hecho de que el propio san Mateo, antes de unirse a Cristo como discípulo, fue recaudador de impuestos. Podría concluirse de todo ello que su producción pictórica está teñida de un fuerte sentido moralizante propio del protestantismo religioso.

J.V.G.

Scroll al inicio