La Anunciación. Francisco Pacheco

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Óleo sobre bronce
42 x 32 cm/u
1623
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Si hay una temática artística y religiosa por excelencia que defina a la ciudad de Sevilla es la mariana, sobre todo, los episodios concernientes a la Anunciación y a la Pura Concepción de María. La Compañía de Jesús siempre abogó por la propagación del culto a la Madre de Cristo, de ahí que no es de extrañar que se contratase a Francisco Pacheco (Sanlúcar de Barrameda, 1564 – Sevilla, h. 1644), artista de una excelente cultura y erudición, para la ejecución del relativo a la Encarnación del Hijo de Dios.

Pacheco, en el libro III de “El Arte de la Pintura”, dedica los capítulos XI y XII a advertir a los pintores, sobre como deben representarse algunas historias sagradas atendiendo a los cánones del decoro presentes en las Sagradas Escrituras. En el XII, encontramos un apartado dedicado a la “Pintura de la Anunciación de Nuestra Señora”. La Virgen estaría arrodillada, alumbrada por un candil de mesa y delante suya un bufete o sitial sobre el que apoyaría un libro abierto. El ángel, de vistosas alas,  sería hermosísimo y resplandeciente, honesto en tu traje y grave en su paso. Vestiría decentemente, con ambas rodillas en tierra y gran respeto y reverencia delante de su reina y señora. La Virgen, humilde y vergonzosa, debe ser representada a la edad de catorce años y cuatro meses, bellísima, su cabello tendido y con sutil velo sobre el. Manto azul y ropa rosada, ceñida con su cinta, como era costumbre en los hebreos. Las manos puestas o cruzados los brazos sobre el pecho en el instante de pronunciar la frase “Ecce Ancilla Domini”.

Para la Casa Profesa de los jesuitas, el artista sanluqueño decide, posiblemente porque estaría destinada a presidir un espacio íntimo de oración y recogimiento para los hermanos, representar la escena en sendos registros separados que se disponen de manera contrapuesta y captados de medio cuerpo. En la actualidad se encuentran en el rectorado de la Universidad de Sevilla. En el de la izquierda se representa a la Virgen en actitud recogida, con los ojos entornados y las manos cruzadas sobre el pecho, portando un manto azul y túnica rosácea, aceptando complaciente y con suma obediencia el mensaje divino. Este modelo le sirvió de inspiración para la realización, un año más tarde, de la Inmaculada que preside el retablo de la capilla de la Concepción, en la parroquia de san Lorenzo de Sevilla. A su derecha el arcángel san Gabriel se muestra con gesto comedido y despliega sus alas, otorgando al acto que está apunto de acontecer una profunda solemnidad y  trascendencia. Ambos cuadros están firmados con el característico monograma del artista sanluqueño, “OFP”.

Sin duda, la obra es una de las de mayor calidad de toda la producción pictórica del artista sanluqueño y se corresponde con su etapa de plenitud, momento en el que acumula cargos administrativos de relevancia, como el de veedor de pinturas sagradas para el Tribunal de la Santa Inquisición, además, del reconocimientos a su labor como pintor y tratadista. A partir de 1625, fecha de su  viaje a la Corte, su pintura empezará a declinar por el cambio experimentado en el gusto de la clientela, cuyas preferencias se van a decantar por los modelos de estética más naturalistas introducidos en Sevilla por Juan de Roelas y que se van a desarrollar inicialmente con las obras del joven Velázquez, Zurbarán y Francisco Herrera «el Viejo».

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